Una vida de atleta.

“Tengo que sacarle una foto a esa mujer, no, en realidad quiero hablar con ella”
Liliana se presentó como un portal.
Yo iba apurada por haber bailado durante una caminata de hora y media antes de pararme en una sala unas ocho de jornada laboral.

Siempre pongo en pausa la música cuando paso cerca de una persona que me seduce visualmente y ese día tuvo sentido.
- Que tengas lindo día
Me doy vuelta (sonrisa estridente ojos chinos)
- igual vos- digo
Camino unos cincuenta metros. Tengo que hablar con ella, sacarle una foto, pienso. Vuelvo.
Caminar y volver para sacar la foto,
mi vida de atleta.
- Hola, que lindo que me saludaste, te puedo sacar una foto con tus flores?
Cuando se dió vuelta vi sus ojos delineados en un turquesa hermosamente desprolijo y me olvidé de que iba fichar tarde en el trabajo.
Se sacó y se puso varias veces los lentes
- para donde miro? Vos sos artista? Haces películas? Deberías tener una cámara profesional - me dijo al ver que sacaba mi celular.
Una pausa con forma de sonrisa mientras el autolátigo hacía lo suyo en mi cabeza, tuve un breve conversación conmigo misma donde me puse de acuerdo con que la técnica nunca me había importado, que El momento potente estaba ahí y era más fuerte que cualquier herramienta, punto final.
Tomar coraje para ir y pedirle una foto a Maria, la señora de un puesto a 200 metros del de Liliana, que siempre me había llamado la atención. Con vergüenza pedí permiso después de decirle lo hermosa que me parecía y así inició una especie de relación que funcionó mucho tiempo como un salvavidas.
Preguntarle cómo había estado
Que ella supiera de mi solo que yo era la chica que pasaba y sacaba fotos.
Una foto por vez, y de ahí mi leí motiv para caminar una hora a ella todos los días.
Podía tomar un colectivo, podía in en bicicleta,
pero el picoteo visual del camino al cementerio era una entrada en calor para el juego corajudo que implicaba pedirle una foto a esa mujer.
Recuerdo su complicidad al levantar la mano para decirme que sabía que estaba ahí cuando no podía charlar porque tenía clientes.
Recuerdo
Que me contara de su tos
Que la gente cada vez compra menos flores
Que iban a cerrar la puerta de al lado de su puesto y que no sabía cómo iba a comer
Que su hija quería ayudarla y ella se negaba
40 años armando ramos
40 años en la puerta de un lugar al que se va a llorar o de compromiso
40 años de coches fúnebres
El rincón con estampitas y fotos de su madre
Hacía 20 años se había hecho su delantal rosa
Pude ver como con una lupa las medias de lycra del barrio Chino y el gatito de la manito sube y baja.
Pude escuchar y pude oler de cerca el altar que tiene en el sucucho que la protege cuando llueve.
Ese misterio de los puestos callejeros,
una adaptación de la casa en la vía pública,
el cobijo a través del amuleto,
un escudo de canillitas y floristas.
Vencer la timidez para hablar con soltura con la gente que me parece linda fue un baldazo de agua tibia
y se convirtió en un vicio hermoso que no me mata.
Fue nadar al tesoro y que este no tuviera fin.
Empezaron a pasar cosas:
Que me regale fresias el señor de gorrito rojo que salió de una peli de Wes Anderson
Que todos los floristas ambulantes de canastas pesadas se prendan a la foto porque saben que lo que llevan es bello y que se los reconozcan, les halaga.
Nunca ninguno se sorprendió ante mi pedido.
Curioso que andar en la calle sea hermoso, aunque sea por trabajo
Curiosa su simpatía genuina al ofrecerte un ramo.
Yo caminaba una hora y media hasta Chacarita para tomar el subte más cercano.
Me decían que no tenía sentido, que en tren me ahorraba la mitad del viaje
Pero, pasan tantas cosas ahí.
Ahí donde mi silueta se derrite en el asfalto mientras obtura al sol y se calienta mi nuca.
Ahí donde desafío al reloj porque le robo al día tres o cuatro fotos de flores y sendas peatonales.
Recuerdo tratar de entender el concepto de ser viajerx a pie de Herzog mientras jugaba con mi sombra en los caños rojos y blancos antes de las vías del tren. Recuerdo enamorarme de los talleres mecánicos de La Paternal y pensar “La paternal” qué nombre de hit argento.
Recuerdo mi playlist para bailar en semáforos aprovechando ser una pueblerina anónima en la ciudad.
Recuerdo sentirme hermosa caminando.
Me pone linda charlar con extraños y andar se convirtió en una religión que no estoy pudiendo practicar.
Mi casa es hermosa y está llena de cosas y situaciones bellas:
invocamos a nuestras abuelas poniendo rodajas de pan en platitos y tenemos un portal de luz a la hora mágica donde nos visita la única deidad en la que creo, que también hace crecer las plantas y seca mi ropa.
Pero me falta la mugre de la calle, los cartones, los puestos de diario con radio a pila y sus pines de de los Rolling luchando por no morir.
Me faltan los tomates en los cajones haciendo magia para llamar la atención cuando estoy apurada.
Me falta el charco al lado del cordón, me falta inventarme historias en el colectivo y ser la chica del videoclip de la música que escucho mientras voy y vuelvo.
Quiero ir por 11 y volver por 12 a ver qué pasa, quiero encontrarme a Luis yendo a prender las luces de su antigua casa
y charlar con él sobre la milonga en la esquina.
Ya agoté todo lo que podía charlar con el chico del almacén,
ya me cansé de hacerle chistes a la verdulera y que no se ría.
La sorpresa es cómo una serpiente que siempre me encuentra pero se ve que está deglutiendo algo grande y no viene.
Hasta que tenga hambre de nuevo, hasta entonces, voy a contarle los pétalos a las fotos que tengo en la nube.
Una vida de atleta

relato leido -de una forma bastante desprolija pero con mucho amor- para mirar las fotos que hay acá
Ella es María
Ella es Liliana